Existe un pequeño órgano en nuestro cerebro, de tan solo 120 miligramos de peso, con forma de piña y tamaño de guisante, que sincroniza nuestro reloj interno con el ciclo de luz y oscuridad de la Tierra para producir melatonina, que no es otra cosa que la hormona que nos amarra al dulce mundo de los sueños. Se trata de la glándula pineal (por lo de la forma de piña) o epífisis, que curiosamente se localiza bajo la piel en algunos peces, reptiles y anfibios permitiéndoles percibir directamente la información lumínica y convirtiéndose, de facto, en su tercer ojo.
Su ubicación dentro del cráneo de seres humanos y de la mayoría de los vertebrados superiores, especialmente en los mamíferos, obliga a un proceso algo más complejo para identificar si es de día o de noche y, de esta manera, equilibrar nuestro ritmo circadiano, que es el que controla el ciclo de vigilia versus sueño, dividiendo nuestra vida en una fase de descanso aprovechando la oscuridad y otra de alerta sacándole todo el jugo a la luz; con ese fin nuestra retina capta la información lumínica que llega al núcleo supraquiasmático (con 20.000 neuronas que determinan si hay presencia o ausencia de luz) del hipotálamo, que se encarga a su vez de hacérsela llegar a la glándula pineal para que se ponga a trabajar, es decir, a sintetizar y liberar melatonina o a dejar de hacerlo si es el caso.
Ni que decir tiene que cuando nuestro reloj interno, ese tercer ojo, pierde de vista su sincronía con el ritmo de nuestro planeta, la cosa se complica y se desencadena un conflicto que origina alteraciones en el sueño, lo que puede acarrear otras consecuencias perjudiciales para la salud; es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se viajan grandes distancias en avión y se genera el famoso jet lag o síndrome del cambio de horario. Y es que hay que tener en cuenta que, como explica la profesora e investigadora Raquel Sánchez Varo“incluso la conducta sexual resulta afectada por la melatonina, cuyos niveles se elevan en otoño e invierno debido al alargamiento de las noches. Se produce así una atrofia ovárica y testicular que disminuye la producción de hormonas sexuales. Por lo tanto, se reduce la actividad sexual y reproductora”. Justo lo contrario de lo que ocurre cuando la luz brilla en el cielo durante la primavera y el verano, cuando nuestro cerebro lo que libera es más serotonina y entonces andamos por el mundo algo más… eufóricos.
Y el caso es que la cosa viene de lejos con la glándula pineal, pues ya Descartes en el siglo XVII le asignó el papel de “asiento del alma humana”, lo que al parecer no contó con mucho apoyo de la comunidad científica de la época; de hecho, hasta la segunda mitad del siglo XIX se la consideró más bien un elemento evolutivo vestigial. Y no será hasta el siglo XX cuando se le asigne naturaleza endocrina, especialmente cuando el equipo de Aaron B. Lerner aísla la melatonina en 1958. Y la cosa sigue, porque cada vez se descubren nuevas interacciones de este tercer ojo nuestro y su mayor papel neuroendocrinológico, psicológico, citológico y patológico. Así pues, ojo con el tercer ojo, que no se nos pare el reloj.